En
mi viaje a Marruecos, con un grupo de gente prácticamente de media Andalucía y
capitaneado por mi amigo Rafael Flores, he vivido mil aventuras de esas que se
quedan marcadas para siempre.
He
sido capaz de subir por montañas como Jbel Lakraa con 2.159 metros de
altitud y bajar desniveles de vértigo, por senderos duros y un espectacular
cañón, todo en un marco incomparable rodeada casi siempre por cultivos de
cannabis, árboles y arbustos como lentiscos, brezos, jaras, alcornoque, cedros,
madroños, enebros, coscojas, pinos, tejos y por supuesto los pinsapos. También
aves como milanos, águilas y perdices volaban por allí.
Se
hizo de noche en el camino y allá a lo lejos se oía la llamada a la oración
(Salat) música celestial para los oídos, y de entre el mar de nubes sobresalía la
Mezquita.
Ya
en el albergue llamado Azilan, el tiempo se detuvo y retrocedimos a los años
70, me he vuelto a bañar como de pequeña con un poco de agua templada en un
cubo y un cazo para echármela por encima, velas para alumbrarnos y dormido
sobre camas durísimas, que más bien parecían mesas dispuestas en una especie de
barracón. Desde sus terrazas se contempla la montaña calva (Jbel Lakraa)a la
derecha, con sus árboles de pinsapos y cedros y magníficos amaneceres.
Abdelkader
Hamoudan es el dueño del albergue y lleva
siempre un traje típico y una sonrisa perpetua que te contagia al instante,
siempre dispuesto a los abrazos cariñosos y darte mil explicaciones de todo, él
y toda su familia, trabajan unidos para hacer más llevadera la estancia allí.
Uno de sus hijos, Ibrahim
es el encargado de llevarnos en los viejos land rover Santana por esos carriles
y sus precipicios, prácticamente uno se juega la vida en el camino cada vez,
¡menos mal que es un buen conductor!
Es interesante resaltar que en cada
viaje, al ruido del todo terreno, salen de la montaña los vecinos para hacerles
encargos de mandaos que él toma al pie de la letra y a la vuelta los va
entregando.
He
tomado los mejores tés morunos de hierbabuena, couscous de chivo con calabaza,
tayín de pollo y verduras, pura miel virgen, mermelada de higos, mantequilla
casera y queso de cabra, legumbres como las lentejas, garbanzos y judías
cocidas y servidas sobre cualquier otro plato y a veces juntas, aceitunas de
todos los colores hasta en los desayunos, panes grandes y redondos cocidos en
hornos de leña, baghrirs o creps de mil agujeros hechos con sémola de trigo fina y churros, también muy
parecidos a los de por aquí.
y
para colofón Chefchaouen “ciudad azul” un oasis de calma y tranquilidad en las
estribaciones de las montañas del Rif.
¡Seguro
que volveré!
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